Y esa lágrima parece decir; ¡oh Madre mía! Decid qué deseáis; todo lo mío es también vuestro ¿Esta concedido; Jesús ha sido ganado! ¡Ha sido tocado en su punto flaco! Ahora pide; lo obtendrás todo, absolutamente todo lo que sea conforme a la gloria de Dios y no perjudique a tu salvación. ¿No es consoladora y confortante esa certeza de ser oído y esa seguridad de poder decir; yo puedo alcanzarlo todo de mi Divino Salvador y Él no me puede negar nada? Pruébalo, y experimentarás que no es ficción piadosa sino dulce realidad. En las penas, en las tentaciones, ve a Jesús con esta simple expresión: "Jesús, aquí tenéis a vuestra Madre!

sábado, 13 de febrero de 2016

LA ESCLAVA DEL SEÑOR

“Túvome el Señor como principio de sus actos, ya antes de sus obras, desde la eternidad fui constituida” 
Los maravillosos efectos que la gracia produce en nuestra alma –filiación divina, participación de la vida divina, comunicación íntima con la Trinidad- se realizaron en María con una plenitud, un realce, una fuerza y un realismo totalmente particulares. Si, por ejemplo, toda alma en gracia es hija adoptiva de Dios y templo del Espíritu Santo, la Virgen lo es por excelencia y en el modo más perfecto, porque la Trinidad se entregó a Ella en el grado más alto que puede consentir la naturaleza de una simple criatura, de tal modo que  -como enseña Santo Tomás  (I.ª , q, 25, a, 6, ad 4)- la dignidad de María toca “los umbrales del infinito”. 

Se comprende fácilmente esta elevación de María si se piensa que desde la eternidad Dios la había elegido para ser Madre de su Hijo. Así como la Encarnación del Verbo fue la obra primera de la mente Divina, en vista de la cual fueron creadas todas las cosas, del mismo modo, María, que había de tener una parte tan importante en ella, fue elegida por Dios antes que todas las criaturas. Por eso se aplican con derecho a Ella aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “Túvome el Señor como principio de sus actos, ya antes de sus obras, desde la eternidad fui constituida” (Prov. 8, 22-23). 

Cuando Adán, perdido el estado de gracia, fue arrojado del paraíso terrestre, sólo un rayo de esperanza iluminó las densas tinieblas en que yacía la humanidad caída: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer –dijo el Señor a la serpiente- ; Ella te aplastará la cabeza” (Gén. 3, 15), María surge así del horizonte y aparece como la hija predilecta de Dios, que jamás ni un instante, ha sido esclava del demonio, sino siempre la hija intacta, inmaculada, toda de Dios. Hija en quien el Altísimo ha fijado siempre con complacencia su mirada y a quien quiso introducir en el recinto de su familia Divina, vinculándola a las tres Divinas Personas con los lazos de la más estrecha intimidad, cuales con ser hija del Padre, Madre del Verbo encarnado, esposa del Espíritu Santo.



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